Una lección de poesía. Canción de amor a Francisco Cabezas escrita por sus diecinueve sobrinos. Juan Manuel González Cabezas. Frato, Málaga, 2023.

Hace unos años, ya casi 17, tuve la fortuna de poder escribir unas pequeñas palabras a modo de prólogo de la poesía reunida de Juan M. González Cabezas. 

Hay ciertas permanencias entre aquel libro En síntesis (1985-2005), que recogía la obra publicada hasta aquel momento, a la presentación que hoy nos reúne. El autor, por un lado. Javier la Beira, por la parte de la edición, ahora junto a Antonio Herráiz. Y último, quien les habla, aunque estoy aquí como central distribuidor, según me han indicado. 

Desde que se presentó En síntesis (lo tengo un tanto borroso, pero debió ser por 2006), que tenga constancia, Juan no ha vuelto a publicar un texto completo como esta Canción de amor.

Si hubiera esperado un par de años más, podríamos haber jugado con la efeméride de los 20 años desde la presentación de su obra reunida. Pero la vida, como la poesía, está llena de momentos inesperados y toma sus caminos, y la ocasión se ha presentado ahora, y aquí estamos.

Cuando leí el nuevo libro de Juan pensé en dos o tres cuestiones que nos vienen a todos los que nos dedicamos al oficio de la poesía. Por un lado, qué es esto de lo que hablamos, qué es la poesía. 

Para mí la poesía es un concepto que bastante claro y concreto en su diversidad, y que tiene que ver con una serie de elementos bastante sencillos, que son comunes entre los poetas y que, por ende, comparto con Juan. 

Lo primero que siempre me pregunto es dónde viene la poesía, cómo surge. La poesía, como fruto de la inspiración, surge sin duda en un momento del todo inesperado. Hay técnicas para que esta fluya y es fundamental tener el pensamiento dirigido hacia el acto de escribir un poema, un acto que consiste y tiene mucho de hacer presente el poema, materializarlo en palabras.

Es un territorio el de la inspiración difícil de localizar en los mapas de la creación. Leonard Cohen nos dice que el territorio en el que nace la poesía es un territorio al que cuesta trabajo acceder y que una vez que se está allí no queremos abandonarlo. Esa dificultad por acceder a la inspiración es por su propia naturaleza que tiene algo de isla de San Borondón, que tan pronto está como no está, y que llega y se halla en los momentos y de las formas más insospechadas.

La inspiración es de radical importancia para los que no somos escritores esencialmente cerebrales, pues la poesía, para nosotros, tiene mucho de atrapamiento, de enajenación y de profecía. Lo que se ha denominado rapto, en el misticismo y en algunas culturas orientales. 

Entre las múltiples lecturas que podemos realizar de los mitos, el rapto de Europa representa el de la imaginación robada por los dioses. De ese rapto de los dioses o de ese ejercicio de evocación de la memoria o visión de lo que nos preocupa, que anhelamos o que deseamos, nacen estos textos que llamamos poesía.

Son los regalos que Europa recibe de Zeus: el collar de Hefesto; el autómata de bronce; la jabalina que nunca erraba y el perro que nunca soltaba su presa. ¿Qué es el collar en la poesía? El adorno. ¿Y el autómata? El artificio. La jabalina, la precisión y el perro de presa, el instinto del poeta. 

No se asusten y permitan que prosiga esta digresión, dejen que nos lleve a considerar otros elementos básicos que debe tener la buena poesía. Por un lado, la libertad y, por otro, el pensamiento profundo. La libertad es un concepto sencillo, pero lleno de limitaciones. La libertad a la que aludo en la escritura de la poesía es plenamente intelectual.

En la poesía, desde el fogonazo de la inspiración, su primera concepción y plasmación en papel, su reposo y su servicio de entrega al lector, la libertad debe guiar cada uno de sus pasos. No hay límite, prohibición, tema vedado o forma que no sea susceptible de formar parte del engranaje del poema. Y pensamiento profundo, porque sin el camino de la abstracción que subyace en el ejercicio del poeta, en su condición de pensador a la par que creador, sin el ejercicio de análisis y comprensión de la propia producción artística realizada, el ejercicio de la poesía no es posible.

¿Cómo la poesía se hace poema? Esa es otra pregunta importante, y a la que deberíamos de tratar de una respuesta sencilla. En mi opinión, la forma en que la poesía accede al poema es mediante la emoción y la memoria del poeta, y esto lo consigue a través de la imaginación y la creatividad. 

Y en la poesía, como en la vida, también hace falta cierta dosis de sentido común. Y como en la vida, la poesía también tiene que a veces romper la barrera del sentido común para volver a conformarse.

Perdonen que me extienda, pero es importante que hablemos del fundamento de la poesía, porque de esta manera podremos apreciar mejor la labor de Juan González Cabezas en este libro.

Para que la poesía sea poesía debe tener adicionalmente un conocimiento del canon, aunque sea para destruirlo y construir uno nuevo. 

A Juan, conocimiento de la tradición no le falta. Hay rasgos que se mantienen en su lírica y que reflejan la inmersión en las corrientes arcanas de la poesía, las que conforman el río de la tradición personal de González Cabezas, cuya escritura bebe de múltiples fuentes, desde los clásicos griegos a los grandes poetas españoles del Renacimiento y del Barroco, nutriéndose asimismo de los parnasianos y simbolistas franceses, o ahondando en los grandes creadores plásticos de los siglos XVI y XVII. 

Del vasto conocimiento de la tradición que alberga Juan obtenemos dos conclusiones: es preciso que el poeta tenga conocimiento y es preciso tomar conciencia de la propia labor que se realiza. 

Es una labor, la del poeta, que tiene mucho que ver con la figura del forajido. El forajido y poeta están en los márgenes de la sociedad, aunque como dice Bob Dylan, los verdaderos forajidos, los ladrones de verdad, los asesinos, son otros.

Traigo a colación este tema porque no me resisto a no citar a Bob Dylan esta tarde, ya que su prosa, cuando reflexiona sobre la función que cumplen determinadas profesiones en el mundo encuentra insospechados puntos en común con las reflexiones de Leonard Cohen. Y también quiero recordar a Mircea Cartarescu esta tarde, puesto que para él la poesía, además, tiene un carácter marcadamente subversivo. 

Hay una buena dosis de idealismo subversivo en su ejercicio, se realice éste mejor o peor. El poeta es un verdadero elemento disidente en un mundo que se descompone.  Me imagino a Juan ejerciendo la medicina, recetando una buena dosis de Rimbaud a sus pacientes aquejados de melancolía: 

“Abandone sus miedos, salga a la calle, conquiste África. Déjese de recaptación de serotonina. ¡Viva!, ¡Viva! ¡Calle!, ¡Calle! ¡Usted lo que necesita es la puta calle!”.

Podríamos decir, si seguimos con esta pequeña lección de poesía que nos ofrece la obra de Juan, que esta es también conocimiento aprehendido, construida sobre voz propia. Este gusto por lo clásico lo advertimos desde Viridiarium. Construcciones clásicas, formalismo retórico con gusto paródico, deconstrucción de la realidad por la torsión extrema de la metáfora, en medio de una sencillez formal engañosa. Ahora que he tenido oportunidad de releer algunos poemas, he pensado si no hay algo del mester de clerecía aflorando entre los versos. 

Amor en Penibética también conformó otro vector característico de la lírica de JMGC que, en Canción de amor a Francisco Cabezas escrita por sus diecinueve sobrinos, es omnipresente: los motivos tomados de la naturaleza, elementos que construyen la realidad a la que alude el poema. Pero es de subrayar que se trata de una fijación por la naturaleza viva, por esos animales que dotan al paisaje de calidez y movilidad.

Otro rasgo destacable en JMGC, que potencia la capacidad de evocación de esta poesía, es la fascinación por ambientes lejanos y exóticos, lo cual revela una voluntad de huida frente a la monotonía de la vida cotidiana. Lo encontramos en “Jardín botánico de Assuan”, de Amor en Penibética y en Los poemas Médicos. Es, podemos afirmarlo, sin sentir rubor, una deuda adquirida con D. Ramón del Valle Inclán.

Estancias nos ofreció una escritura aún más depurada, textos breves de notable intensidad en las que el motivo temático de la muerte y su asimilación al cuerpo y la naturaleza, la reflexión en torno al sentimiento de pérdida y los homenajes desembocan en “Cañada de los gamonales”, composición escrita con posterioridad a Los poemas médicos, pero emparentada temáticamente con Estancias

En Los poemas médicos, cuyo título ejemplifica el aprecio del autor por la cultura oriental, a la vez que constituye un guiño inteligente a su profesión, surge una variación estilística: el acercamiento a la cultura popular, próxima al universo del flamenco, manifestada en el uso intencionado de la rima y de estructuras gramaticales sencillas.

El Bazar de los ángeles, una serie ya aparecida en la antología creciente Siete samuráis (Granada, Diente de Oro, 2004 y 2005), se compone de cinco textos (el último, “Muerte en los bazares”, de gran extensión). En su conjunto es un modelo de precisión musical y rítmica en el que, a raíz del dolor físico, la memoria del amor se posa en la inmediatez de lo doméstico.

En síntesis concluía con el Libro de las ideas, poemario inacabado por aquel entonces, en el que el lenguaje poético de JMGC se despojaba de su riqueza de imágenes característica para volverse austero. 

Estos días he hablado con Juan del trabajo en proceso en el que está inmerso, El libro de Isabel. Me habla de los miles de poemas que tiene publicados en las redes sociales. Y así, sin quererlo, nos muestra una característica más del poeta y de la poesía: la viveza, la capacidad de innovar o, como diría Pound, la dedicación a un trabajo que no nos deja descansar. 

Juan Manuel González Cabezas, lección de poesía.

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Materia sublevada. Víctor Rodríguez Núñez. RIL Editores. Barcelona, 2021.

Materia sublevada. Víctor Rodríguez Núñez. RIL Editores. Barcelona, 2021.

Rafael Muñoz Zayas

El pasado año, junto a Álvaro García, Rosa Romojaro, José Infante y María José Jiménez Tomé tuve la fortuna de pertenecer al jurado de la vigésima novena edición del Premio Manuel Alcántara de Poesía, en el que el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez, con el texto Siete proposiciones de lugar, fue galardonado. 

En principio, que entre cerca de trescientos poemas sea merecedor del premio, uno entre todos ellos, sancionado por el jurado de forma casi unánime, nos ofrece alguna garantía de que el autor premiado posee el mérito atribuido a una obra concreta, la presentada al certamen.

En el caso de Rodríguez Núñez, una vez abierta la plica, comprobamos con cierto alivio que esta obra que se premiaba estaba inserta dentro de un cosmos poético personal de altos vuelos, tanto literarios como de reconocimiento crítico, y que había sido merecedor, entre otros, de diferentes premios tanto en su Cuba natal como en México, Costa Rica o España, entre los que destacan el Gil de Biedma o el premio concedido por la Fundación Loewe en 2015.

Llama la atención que en este currículo literario brillante que atesore un reconocimiento al conjunto de su producción en Italia, donde recibió hace apenas un par de años, en 2020, el Premio Pescara de Poesía. Es de esa obra en su conjunto, a través del libro que les presentamos, de la que queremos hablarles.

Nace también de este mismo premio esta reseña. Uno o dos días antes de que se hiciera el acto de público de entrega, el presidente del jurado, Álvaro García, se comunicó con algunos escritores para hacerles partícipes de la presentación de la presentación de Materia sublevada en la Librería Luces de Málaga, luces de Heráclito, que diría Javier la Beira.

Gracias a la labor de José Antonio García, la Libería Luces se ha convertido en verdadero referente de la cultura literaria de la ciudad, acogiendo a autores de paso por esta Málaga literaria, novedades ajenas a las modas y, sobre todo, dedicando un especial mimo a los escritores que dedican a la poesía sus esfuerzos, más allá de su labor de consejero literario que ejerce cuando se le solicita con interés y sabiduría junto a sus compañeros. También, gracias a él, la presentación que se realizó está disponible en el mundo digital para todos aquellos que lo demanden. 

Materia sublevada es la antología que Víctor Rodríguez realiza de su obra, lo que él considera lo mejor y más representativo de lo publicado en dieciséis libros, como nos señala en el aviso a navegantes con el que principia el volumen. Libros escritos en un largo periodo de tiempo, entre 1979 con la edición de Cayama y 2018, año en el que vio la luz enseguida (o la gota de sangre en el novel). Es por ese conjunto, más los poemas que habrán aparecido salpicados en revistas literarias a lo largo de todo el territorio hispano y no, por lo que recibió el premio Pescara antes señalado y del que este libro nos da noticia. Distingue, el propio autor, ejerciendo labores de académico, tres fases en su poesía y una aspiración global en su obra, enumerando de forma sintética, pero eficiente las fuentes que construyen su vocación poética.

Empecemos por las fuentes, pues se adivinan, tamizadas por su personalísima escritura poética, las influencias de Lorca y Alberti. Del primero nos señala una lección maestra de lo que es poesía y en su oposición, lo que no debe serlo. Este teorema lorquiano queda reducido al siguiente enunciado: “Poesía es pensamiento por imágenes y discurso rítmico”.

De Alberti, según nos señala, toma cómo debe ser entendido el oficio de poeta, que, en su caso, en este año en el que nos acercamos al 120 aniversario de su nacimiento, es, más que nunca, oficio de creación en el que el lenguaje artístico vulnera todo límite y se incardina en imagen y texto y del que Víctor Rodríguez asume su magisterio en una de las líneas que define su poesía a partir de los 2000. Junto a estos dos poetas, otro de sus coetáneos, el peruano César Vallejo, del que asume el afán por innovar los modos del decir en la tradición poética. Y más allá de este trío de ases, dos poetas latinoamericanos como Juan Gelman y José Emilio Pacheco. 

Cada uno de estos autores, resuelve, en opinión de Rodríguez Núñez, dos problemas distintos relacionados con el hecho poético, por un lado, y con la condición de poeta, por otro. El primero abrió, siempre para nuestro autor, la posibilidad de hacer convivir lo lírico y lo coloquial en el poema; el segundo, la enseñanza que para ser poeta hay que ser intelectual primero, de tal forma que el poeta es un intelectual que expresa el pensamiento a través de la poesía.

No olvida a los poetas cubanos con los que inicia en el género, la poeta Albís Torres, que fue la primera que le enseñó el camino de la poesía, y el taller de La Habana del salvadoreño Roque Dalton, a modo de república igualitaria de las letras. 

Estas fuentes, sin duda alguna, son solo un atisbo del caudal literario al que se ha asomado el autor, pero es de agradecer que nos sitúe con claridad los puntos cardinales en los que se asienta en su obra poética. Otro de los dones que alumbran al poeta es su capacidad de autoanálisis, de examen de su propia escritura y de disección de las etapas en las que establece los diferentes ciclos que le dan vida. 

En la presentación de su libro nos habla de la existencia clara y delimitada de tres etapas, aunque, como veremos, esta separación atiende a un punto de vista formalista, y quizás el acercamiento a esta antología a través de los temas, transversales, reveladores de un hondo poso humano y existencial, es quizás más oportuna en esta breve reseña.

Volviendo a las fases que nos señala, nos indica que la primera abarca hasta antes de la publicación Actas de medianoche I, es decir, desde Cayama (Santiago de Cuba, Uvero. 1978) hasta la primera antología que cierra este periodo Con raro olor a mundo: Primera antología (La Habana, Unión. 2004). 

En la antología que tenemos entre las manos, serían el conjunto de poemas, desde Fábula, texto a modo de poema prologal con el que nos adentramos en esta obra, hasta Elogio del neutrino. El autor adscribe estos poemas a la corriente de la poesía que denomina “poesía conversacional”, ciclo que termina en opinión del autor porque “el poema se había convertido en una cárcel y tenía que salir de allí de alguna manera”.

Para poder escapar de esa cárcel en la que el poema se convertía en una unicidad clásica en el sentido más puro del término, un texto donde significado y significante formaban un todo indisoluble que se debía fijar en una página, el poeta acude al recurso de la elección no predestinada de esa forma, al flujo casi inconsciente del caudal poético, buscando un modo de escritura “lo más puro posible. No se trata de escritura automática, al modo de los surrealistas, sino de escritura orgánica, registro del pensamiento que ocurre…”. 

Esta conciencia orgánica se alumbra simultáneamente a la toma de conciencia del lugar desde donde se escribe, y esta iluminación clarifica la profundidad del propio yo que se torna poético en la escritura.

El concepto de poesía orgánica tiene su correlato en los libros Actas de medianoche I Actas de medianoche II, los dos publicados en España, el primero por la Junta de Castilla y León, en Valladolid, en 2006 y, el segundo, por la Diputación Provincial de Soria, en 2007 y, desde el lenguaje académico del poeta, enuncian otro de los principios sobre los que se asienta su obra: “Cayama es el sitio de enunciación de toda mi poesía”. Siendo Cayama el lugar del que procede el poeta, primer territorio donde la vida se vuelve mito y se inicia la conciencia que alumbrará la poesía. 

Siguen a estos poemas los pertenecientes al poemario Tareas, Premio Rincón de la Victoria en 2011, y publicado por la Editorial Renacimiento de Sevilla. Desde el poema “Orígenes” al poema “Citadinas”, donde se alternan versos enraizados en la cotidianeidad vivencial del autor con iluminaciones de altura, destellos de ese lugar que llamamos poesía que cimbrean toda esta antología de Víctor Rodríguez:

“el gorrión que interrumpe/el cabo de la vela/penumbra desatada/calle san Nicolás/gallo muerto en la esquina sin malicia/río que crecerá entre azoteas grises/no hay credo que te haga germinar”.

La antología va recorriendo a través de la producción última del autor, recogiendo poemas de diferentes libros, como son los pertenecientes al accésit del Premio Jaime Gil de Biedma, el formalismo clásico de las décimas que desgrana en Deshielos (Valparaíso Ediciones, 2014), los poemas que conforman Desde un granero rojo, Premio Alfons el Magnànim, Madrid, Hiperión, 2013, hasta los poemas que forman parte de Enseguida (O la gota de sangre en el nivel), Santiago de Chile, RIL, Aerea, 2018, que son los que cierran esta amplia selección en la que el autor rompe la regla de ser un mal antólogo de sí mismo, propiciando una visión completa, transversal e integradora de su voz poética a lo largo del tiempo y de los diferentes momentos en los que es escrita, siendo capaz de ofrecer un timbre autónomo y personal más allá de los ropajes que las modas ofrecen.

En definitiva, un libro de un autor reconocido que cumple con las expectativas a los que se enfrentan los lectores de ese espacio de creación al que denominamos poesía.

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“Bulgarų kalbos mokytoja / Aprendizaje”

Rafael Muñoz Zayas feat José Medina Galeote (Walter & Balboa) with Dovilė Kuzmickaitė

A product of Siberiana books y Dead Shirt Society

A limited bilingual edition of the book of poems «Bulgarų kalbos mokytoja / Aprendizaje» by contemporary Spanish poet Rafael Muñoz Zayas.

Making of «Aprendizaje»

It is an editorial project of 30 unique entirely handmade copies by Dead Shirt Society in collaboration with the author, a Spanish artist José Medina Galeote and Lithuanian translator Dovilė Kuzmickaitė.

Telón de acero

El viejo topo

que ha sobrevivido a la guerra fría

a la transformación de la Unión Soviética

en la vieja Rusia de los zares,




el viejo topo

que sabe lo difícil

que se ha vuelto conservar la cordura

ahora que ha caído el telón de acero


y la vieja guillotina que manchaba de sangre

las cortinas de palacio

y las tumbas vacías donde enterraron

a Nicolás y a toda su prole

hoy le parecen nada,




pues el viejo topo tiembla bajo el frío de San Petesburgo

y sueña con el antiguo palacio imperial

de los padres

de los padres

de sus abuelos

donde el vals era artículo de primera necesidad

y mira a la mujer que pasa frente a él

y se ajusta las gafas al puente

y con un solo dedo

enciende una cerilla

y de una sola bocanada

un cigarro Belomorkanal

es una antorcha en la noche helada

que comunica

en clave de fa

que ha llegado un tren

indemne y solitario

anciano y vacilante

puntual

a tu destino.
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El juego de la alta cultura y algunos outsider

Miroslav Tichy y Walter Benjamin, mínima historia de la creación.

El 12 de abril de 2011 falleció en Kyjov, República Checa, Miroslav Tichy. Nacido en 1926 en la misma ciudad que le vio morir, el interés que despertó su obra en la parte final de su vida niveló la balanza de una existencia que fue duramente castigada, tanto por la mediocridad de sus inicios en los que ejercicio de pintor académico ―poco original, a decir de algunos críticos― como por la persecución obsesiva que sufrió por parte del régimen comunista checo. No podemos dejar de mencionar los intentos caritativos de almas biempensantes o de los servicios sociales del mercadeo del arte que, en las últimas décadas, habían intentado «rescatarlo» de la vida que había escogido vivir, aunque fuera tan solo por recibir a cambio algunas de las instantáneas reveladas en sus cacerías de imágenes por las calles de Kyjov.

Durante años se nos ha adoctrinado por parte de la crítica de las expresiones artísticas que vida y obra en un creador forman parte de dos mundos que se rozan tangencialmente, pero, para nosotros, como seres humanos insertos en un sistema vital donde nuestros actos no pueden quedar escindidos de lo que somos y de lo que vivimos, aunque solo sea con la finalidad última de que la existencia propia y ajena pueda albergar algún sentido y se nos permita, de este modo, vivir en un mundo con el menor número de incógnitas posibles, saber de Tichy, conocer quién fue y a qué intereses servía, en cierta manera, nos sirve de contrapeso normalizador al espacio en el que se ha situado su obra ―de forma paulatina, mas implacable― en la Historia del Arte contemporánea. Apenas pasados unos años del nacimiento de Miroslav Tichy, otro creador, Walter Benjamin, en 1931, publicaba unos de los textos más interesantes sobre la aparición este arte, «Pequeña historia de la fotografía», en el que siguiendo su habitual estilo de investigación creadora se sumergía, a través de múltiples textos interconectados pero independientes entre sí, en este fenómeno, al que describió, en un primer momento, como un puro y, en un segundo estadio en el que seguimos inmersos, dominado por su mercantilización. Si Benjamin hubiera tenido tiempo suficiente para vivir y conocer la obra de Tichy, hubiera descubierto que el ideal del arte por el arte, al menos en el mundo del daguerrotipo, había seguido vivo hasta hace bien poco, en una concepción «clásica», en la obra del fotógrafo checo. Claro que este ideal lo asumía Tichy solo parcialmente, pues, como sabemos y se nos ha demostrado a lo largo del último siglo, el mercado se perfecciona y es capaz de rentabilizar a sus hijos más díscolos: siempre existen agentes ―que podemos denominar económicos― dispuestos a iniciar un proceso de intermediación mediante el cual los objetos artísticos se transforman en bienes, tanto tangibles como intangibles, iniciándose de esta manera un proceso de desnaturalización del arte, en el que solo la producción artística puede quedar fuera de la esfera de los procesos económicos, si esta no es su finalidad primaria. Tichy y Benjamin representan, por otra parte, dos modelos antagónicos de figuras polarizadoras de lo que Benjamin denominaba «alta cultura».

Él mismo como intelectual más allá de los intelectuales académicamente establecidos, sumido en un esfuerzo constante por comprender la realidad que le rodeaba, lo que le llevó a una voraz necesidad de sistematizar conocimiento. No desde una perspectiva única y preestablecida: sabía que la realidad es lo absolutamente verdadero, como podría afirmar Heidegger, pero que, sin embargo, solo se puede fijar lo real en su devenir, y que esa captura llega, como una trampa de fotones, en la imagen capturada en la cámara oscura de los primeros aparatos fotográficos. Tichy, por su parte, es lo que generalmente se denomina un «outsider» en el mundo de la cultura, pero es un «outsider» real, en la total exclusión social, económica, artística, porque brota de un rechazo de todo aquello que escapa de su control. Ver a Miroslav Tichy bebiendo de una botella de vino, desdentado, entre las ruinas de su cabaña, con sus cámaras confeccionadas con los objetos que encuentra revolviendo en la basura produce un efecto descorazonador por un lado, desmitificador por otro, ya que en su discurso ―inconexo, irreal, hecho juego paródico y alegórico en su propia persona y proyección al mundo― desdice a aquellos que, por sorpresa, lo han situado en el centro de la escena y del mercado del arte, sobre todo, cuando en medio del caos vital enlaza en su discurso el juego de la imagen captada con las teorías platónicas y el dominio de la voluntad de Schopenhaeur. Todo ello aderazado con una sonrisa burlona, una ironía mordaz en el modo, ordenado, en el que construye y deconstruye sus palabras.

Es la imagen en movimiento, la ilusión de lo verdadero en el continuum, donde los ejes temporales de lo capturado en un fotograma (lo ucrónico, lo verdadero) avanzan por la ficción de continuos instantes detenidos, a los que se sustrae de lo sincrónico mediante la ilusión de lo real, de lo vivido. Es el mito de la caverna del que habla José María López, nuestro contemporáneo y amigo, cuando habla de la ficción en la que viven inmersos los habitantes de los sistemas financieros. Es la misma ficción que nos alcanza a nosotros, los apenas diletantes, que vivimos de espaldas a la realidad o irrealidad de lo que percibimos o consideramos como arte, sin ni siquiera proponérnoslo, o quizás sí Otra imagen, la de Walter Benjamin en una biblioteca, consultando sus fichas, atildado, con el logro burgués de la pluma entrelazada entre los dedos pulgar e índice la mano derecha, ajeno al objetivo que captura su imagen, mientras la mano izquierda detiene, con todos los dedos de la mano extendidos, las láminas que consulta. La mirada se concentra en ellas, el cabello encanecido y, las gafas, de montura fina, armadas hasta el principio de la nariz, detenidas en un instante para siempre, o, al menos, para un siempre que esperemos que nos alcance.

La nariz, como un reconocimiento más allá de lo implícito de su origen judío, y el traje de tweed, con chaleco, con la corbata ancha perfectamente anudada demostrando que hay una línea cierta y delgada que lo une al artista checo, con la barba blanca desatada y el traje negro impoluto, planchado para la ocasión, mientras habla a alguien a la derecha del objetivo, como si dos dandis, de otro tiempo, no hay duda, dialogaran con nosotros a través de un incesante juego de imágenes detenidas. Si lo pensamos bien, no somos más que la combinación realizada en nuestra memoria, el asidero al que se agarran esos frágiles replicantes que todos albergamos en nuestro interior, cuando contemplamos una memoria construida por instantes captados a través de una cámara fotográfica.

¿Qué diríamos si hubiera una instantánea tomada por Tichy en el momento en que Benjamín se quitaba la vida? ¿Sería a través de una ventana? ¿Por el resquicio que deja una rendija apenas vista entre los visillos? Recuerdo un poema de Brecth en el que escribe sobre la muerte de Benjamin, su amigo. Recrea, con la fuerza de los versos, con ese caudal que emana de la poesía, el acto, intelectual, de su suicidio. No es como ese poema de Ginsberg en el que entabla conversación con Ernesto «Che» Guevara al contemplar su imagen, sin vida, en un periódico tras su muerte en Bolivia. La muerte, sobrevenida por otros, ejecutada por otros, no se detiene unos instantes después de producirse.

No es una recreación intelectual, es el resultado de un acto de contemplación, el fogonazo que capta la emoción de un instante en forma de poema tras los disparos: «En un periódico europeo la foto de tu rostro joven cuando te mataron; tus ojos abiertos de niño radiante femenino, con muy poca barba. Tumbado sonríes sereno como si los labios de una mujer besaran partes invisibles de tu cuerpo. Cadáver reposado de un muchacho angélico» Estos últimos años han sido publicados algunos textos sobre Tichy, el que más me ha interesado ha sido el Elena Vozmediano, publicado en El Cultural, el veinte de febrero de 2009. En él, a la par que nos introduce en las distintas exposiciones fotográficas realizadas a partir de la obra de Tichy, existentes por aquellas fecha en España, nos introduce someramente en la vida del artista. Desde las primeras línea nos plantea el dilema de si nos encontramos con una obra que se puede encuadrar dentro del «brut art» o si bien, lo que tenemos en frente de nosotros, es la obra de un artista genuino, consciente de la producción de una obra única y singular y que, como hemos señalado previamente, se encuentra más allá de los límites establecidos de la cultura general (ausencia de público, producción privada, no destinado al consumo, al margen de los valores convencionales que marcan lo socialmente correcto y culturalmente prevalente).

Vozmediano señala el particular método que sigue Tichy para capturar sus imágenes: una cámara hecha por su propia mano (este es un detalle en el que habría que indagar desde perspectivas múltiples), que camina por las calles empujado por el azar y que persigue a las mujeres que fotografía con el mismo espíritu merodear de los múltiples protagonistas que inundan los poemas de la Ciudad del hombre, Barcelona, de José María Fonollosa. Como artista ejemplar que fue, nada interesado en la farándula del mercado del arte ni en la fama, únicamente dedicado a captar la realidad que más le fascinaba por el objetivo de su desvencijada cámara, Miroslav Tichy es el contrapunto del este a los artistas del mundo occidental, coetáneos suyos en la década de los setenta y los ochenta del pasado siglo, los cuales tenían, como principal objetivo vital, la intención de sobrevivir dignamente por medio del ejercicio de su talento artístico. No hay malo en ello, es cierto.

Estos días he estado pensando en cómo la voluntad de escritura consiguió «salvar» a C. Bukowski de los malos vinos y de la cerveza barata, para llevarlo al whisky escocés de quince años y a emborracharse en restaurantes elegantes rodeado de una cohorte de admiradores, muy del gusto de esta época pop y postmodernista en la que vivimos, aunque nos pese. En el fondo, Bukowski se tomaba tan en serio su compromiso con la escritura como Miroslav con la fotografía: solo querían hacer lo que más les interesaba, aunque el primero prefirió el camino que el sueño americano le mostraba, mientras que Tichy, el nihilista social, antepuso su independencia vital y personal y prosiguió, obsesivo, su empeño en devolver las imágenes del presente a la categoría de pasado continuo en el que vivimos mediante su prodigiosa cámara fotográfica, suerte de máquina del tiempo.

Minerva Reynosa publicó en su blog hace ya más de un década un post en él que se reproducía una pequeña fracción del documental de Buxbaum sobre Tichy «Tarzán en la jubilación». Este documental es una interesante aproximación al contraste entre repercusión de la obra de Tichy y la vida del mismo dentro de las numerosa bibliografía existente en la red sobre su obra, les recomiendo la breve aproximación que realiza Nicholas Forrest: A life less ordinary, que vincula de nuevo a Miroslav Tichy con Bukowski y, alejándonos un poco en el tiempo, con Benvenutto Cellini, otro artista de vida desmedida.

Pero no podemos terminar este texto sin recordar un texto de Walter Benjamin sobre la fotografía que, sin saberlo, nos acerca al modo de trabaja de Tichy, a hurtadillas, siguiendo con paso vacilante a las mujeres que gustaba de retratar y que, una vez reveladas, dejaba al pairo en el desorden de su hogar: «La naturaleza que habla a la cámara es distinta de la que habla a los ojos; distinta sobre todo porque un espacio elaborado inconscientemente aparece en lugar de un espacio que el hombre ha elaborado con consciencia.

Es corriente, por ejemplo, que alguien se dé cuenta, aunque sólo sea a grandes rasgos, de la manera de andar de las gentes, pero seguro que no sabe nada de su actitud en esa fracción de segundo en que se alarga el paso. La fotografía en cambio la hace patente con sus medios auxiliares, con el retardador, con los aumentos. Sólo gracias a ella percibimos ese inconsciente óptico, igual que sólo gracias al psicoanálisis percibimos el inconsciente pulsional». Ficción, solo eso, es lo que vemos a través del objetivo de la cámara de Tichy, fragmento de realidad, sueño desconcertante, vigilia imposible de distinguir del sueño, como nos dice Descartes, siempre, y tantas veces.

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Algo robado a la noche

Hay un pinzón y unas alondras
 
el pinzón está quieto 
dormido sobre una rama
 
las alondras corretean inquietas
sobre el cielo del asfalto
 
de vez en cuando levantan el vuelo
van y vienen desde los arcenes
hasta el corazón de la carretera
 
me pregunto qué hay entre sus alas
qué se dicen mientras levantan la cabeza
y su pico se abre y un sonido 
pequeño y verde 
escapa de ellos
 
hay un pinzón 
y unas alondras
y quisiera que el mundo
se llene de colores naranjas
 
que oliera a flores de moral
que el cielo fuera un largo paño
tendido de un árbol inmenso a otro
y que me pudiera plantar en su medio
 
que el universo fuera una hamaca
 
que sus manos me mecieran
 
pero no hay un pinzón
 
ni unas alondras
 
y los pájaros vuelan en los sueños
y son mudos y oscuros
y nada 
escapa de ellos
pues solo son 
escarcha venida de la noche.
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Espacio abierto. Entrevista a José Eugenio Sánchez

Rafael Muñoz Zayas, publicado en la 142 Revista Cultural, número 14.

Buenas José Eugenio, finalmente, esta entrevista que queríamos tener en vivo no ha sido posible, sin embargo, aquí estamos, tratando de acercarte un poco al público español y a los lectores de 142

José Eugenio Sánchez, símbolo sexual de la banda de poesía y rock Un País Cayendo a Pedazos

Esta semana hemos tenido la oportunidad de tenerte en España y de poder verte en algunos de tus espectáculos, que van mucho más allá de lo meramente performántico y te sitúan más bien en la esfera rockstar con la que juegas a la hora de mostrar al público tu trabajo.

Esta identidad múltiple que te acoge, la de profesor, poeta, rockstar, en el fondo son las caras con las que un intelectual manifiesta su pensamiento, su posicionamiento e identidad como sujeto frente al mundo. 

Quizás aquí los lectores te recuerden por haber sido merecedor por X Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, a la joven creación en 1997.

En tu país, México, apareces hasta en el catálogo de autoridades del INBA, por lo que damos por descontado que allí, para bien o para mal, conocen sobradamente tu capacidad para transformar la realidad a través del prisma de tu inteligencia poética. 

Hace ya más de dos décadas que comentas que el poeta ha de dejar los libros, los soportes documentales, y deshacerse en la vida, fundirse con ella y volver a ese poder primigenio del poeta, el que canta la vida de una comunidad, ¿sigues pensando que ese es el camino?

¿No habrá, como en todas las disciplinas, poetas documentalistas y otros, como es tu caso, capaces de armar una obra para el papel y otra para su goce efímero?

JES: Los poetas estamos muy ocupados tratando de destruir la poesía con nuestro ego y suposiciones o justificaciones de supervivencia: la poesía no necesariamente se escribe y sigo pensando que el poeta es un vehículo que conduce el objeto poético hacia el poema pero es la parte más irrelevante del documento que puede ser un texto o un vídeo o un suspiro

Como intelectual, sé que quizás la palabra no te sea cómoda, pero es una realidad, aprecias la poesía también como herramienta social y de cambio político. ¿Tienes fe en que es posible cambiar nuestra sociedad, siendo humanos?

JES: Es una pena que la humanidad no esté en extinción: nos han pasado las peores catástrofes y nos han servido para diseñar otras más deleznables: la poesía siempre podrá cambiar a alguien, pero también querrá no hacerlo con otros: la poesía es una arma peligrosa.

Has programado algunos festivales de poesía y has sido parte integrante de otros, ¿cómo has visto el FIL de Cádiz? Ha sido un festival de recuperación, con pocos medios económicos, pero con muchos afanes individuales que han luchado para hacerlo posible, recuperando la tradición atlántica y la vocación de Cádiz por ser puente con América y sus escritores. ¿Cuál es el valor que piensas que tienen estos encuentros? ¿Cómo te ves en esta segunda venida a la provincia de Cádiz?

JES: Cádiz es hermosa: me encanta la amabilidad y el olor y el calor y la calidez de todos los sitios. Me siento cómodo en cualquier sitio. Aprecio también sus poetas y sus intenciones estéticas que a la distancia pareciera que desean romper algo de la tradición, pero a la vez mantenerse en esa vertiente. El FIL de Cádiz es un esfuerzo enorme por hacer presente la voz de los autores de ambos lados del atlántico y me encanta ser parte de esto.

Pienso que el fondo los dos preferimos una buena canción a un buen poema, más que nada porque somos hijos de unas generaciones donde la música popular han tenido más influencia que, digamos, los poetas a los que hemos tenido acceso en los cementerios de la cultura que son las bibliotecas.

Leí el mano a mano con Tanya Huntington en el que opinabais sobre el Nobel a Dylan. La verdad es que pensé cuando se lo dieron al final se lo han dado a alguien que es sobradamente conocido, se lo podían haber dado a Murakami, pero la riqueza de Dylan, sus fuentes, su forma de marcar el espíritu de la cultura occidental no tiene comparación.

¿Crees que este Nobel sirvió al menos para que la sociedad humana se diera cuenta que los poetas pueden ser como Bob Dylan, lo cual abre bastante el espectro de lo que la sociedad humana puede considerar como poesía?

JES: Vuelvo a lo mismo: la grandilocuencia y la solemnidad son herramientas del conservadurismo: son artículos que privan al ser humano de la libertad. Es asqueroso aplaudir convencionalismos para juzgar y denigrar lo diferente.

El medio de la poesía es especialista en eso. Muchas personas entienden las palabras como monumentos de tesis y algunas de ellas como Bob Dylan develaron que Shakespeare cada noche sigue saliendo del dormitorio de aspirantes a doctorado y se enquista en los genitales de los incultos y sensibles amantes del placer.

Here the sun’s for real, traducido al inglés por Anna Rosenwong, ofrece una visión de tu poesía al público norteamericano de algunos de tus poemas escénicos, diríamos al modo albertiano, ¿has tenido oportunidad de ofrecer en Los Ángeles algún recital que muestre a ese público la potencia escénica de tu obra? 

JESEstados Unidos es un país de mil idiomas: en darnos a Dickinson, Cummings, Eliot, Ginsberg o adoptar a Brodsky, Anne carson o Marc Strand. Existe público para todo, pero creo que la revolución cultural de América será en lengua hispana.

Muchas gracias por dedicarnos tu tiempo, José Eugenio, espero que este ruido de Guacamayas con el que he revestido la conversación que hemos tenido, haya dejado lugar para tu voz.

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Negando el olvido

José María López Jiménez y Rafael Muñoz Zayas

“Soy el que soy y niego el olvido”

Rafael Berrio

Era finales de junio de 2015. Lo sé porque estaba aquellos días durmiendo en el Rincón de la Victoria, en casa de mis padres, cuando mi padre estaba convaleciente y enfermo y quedaban pocos meses para que falleciera. Eran días en los que me levantaba muy temprano para que me diera tiempo a cumplir con mi ritual matutino y bastante cansado, pues aquellas noches las pasaba en el duermevela del que acompaña a un enfermo, no dormía en mi cama y tenía a mis hijas conmigo, fuera, los tres, de nuestra casa, pues ellas ya no tenían clase en el colegio.

Era finales de junio de 2015. Lo sé porque era mi primer verano, en mi tercera etapa, en La Cala del Moral. Eran días en los que me levantaba muy temprano, bastante cansado, tras atender durante todo el día anterior a mis tres hijos pequeños, pues ya no tenían clase en el colegio (“dormir, despertar… volver a dormir”), para que me diera tiempo a cumplir con mi ritual matutino y dirigirme al trabajo en Málaga.

(“Los dones de la infancia. El mármol y la cruz”).

En una de aquellas mañanas en las que conducía hasta el trabajo, noche oscura, cerrada, y aún amaneciendo, ya se sentía en el frescor tenue de la mañana la proximidad del calor que rompería al mediodía. Sintonizaba la radio por cierto azar, ya que normalmente llevaba un pendrive con mis propias canciones (Battiato, Sabina…), en uno de esos programas de Radio 3 (Músicas posibles) lleno de pequeños hallazgos y decepciones fue en el que emitieron un corte de diez minutos del último disco publicado por entonces por Berrio, Paradoja (Warner Music Spain). Fueron tres canciones las que emitieron que, quizás por el momento vital, me alcanzaron de lleno.

Niente mi piace, Yo ya me entiendo o la genial El mundo pende de un hilo abrieron la caja asombrosa (por lo discordante) del poeta donostiarra. Este hecho en sí hubiera merecido un post por sí mismo.

Sin embargo, en este mundo donde la amistad es un regalo que se recibe normalmente cuando niño, que aquel mismo día, en distinto lugar, bajo circunstancias distintas, José María escuchara las mismas canciones y recibiera el mismo impacto por ellas, volvió a Rafael Berrio y al día en el que simultáneamente accedimos a su mundo poético y musical José María López y Rafael Muñoz en un hecho de múltiples coincidencias llenas de casualidades extraordinarias. (“Con el arpa y con el claxon. Con la córnea y con el filo”).

Sin embargo, en este mundo donde la amistad es un regalo que se recibe normalmente cuando niño, que aquel mismo día, en distinto lugar, bajo circunstancias distintas, Rafael escuchara las mismas canciones y recibiera el mismo impacto por ellas, volvió a Rafael Berrio y al día en el que simultáneamente accedimos a su mundo poético y musical Rafael Muñoz y José María López en un hecho de múltiples coincidencias llenas de casualidades extraordinarias (“Contra la lógica, a la flor del sinsentido”).

El día 31 de marzo José María etiquetaba a Rafael en una publicación de Twitter donde lanzaba al mundo un verso de Rafael Berrio.

No sabíamos aún que había fallecido, ese mismo día, el creador de un mundo poético y musical redondo en su disco 1971, quizás el poemario más completo de su carrera en solitario, en el que Diarios, Paradoja y Niño futuro deslumbran por su lírica capaz de sortear entre riffs de guitarras eléctricas la desdicha de este tiempo que vivimos y que hemos de perder forzosamente (“No es la existencia, yo ya me entiendo”).

Esperamos que Rafael no muriese sólo, o sí. Cierta ambición de ser un maldito, cierto sueño de morir en las calles borracho, entre mujeres desnudas (“Los senos desnudos de la meretriz”), citando a los simbolistas franceses. El culto, ácido y contracorriente Rafael Berrio. Seguiremos soñando con ese encuentro ideado que nunca se produjo. Descanse en Paz. Le echaremos de menos.

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seaman

en algún momento de su vida
en algún momento antes de que llegara la espuma
antes del pecio de los buques encontrados en la derrota
antes de que la quilla soportara el peso del invierno
y quisiera
ser
válido
para esos rompehielos que cruzaron por el ártico
en lo más duro del invierno
o que desafiaron el mar de Bering
o que se adentraron ciegos
hasta la más inhóspita
y fría
y solitaria
bahía
en algún momento de su vida
cuando arrojó la gorra por la borda
y mordió hasta romper el cabo de una cuerda
de la que podía
haberse colgado
en algún momento
el marino
que añoró la bandera pirata
y el tonel de ron y la manzana podrida
y un mes de calma chicha
varado
en medio del océano
en algún momento
cuando ya nadie lo esperaba
ató el cabo del arpón
a su pierna sana
y se lanzó contra Moby Dick
y nada le importó

en algún momento Acab
decidió ser
nada

no mar
ni luz

solo nada
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