Hace unos años, ya casi 17, tuve la fortuna de poder escribir unas pequeñas palabras a modo de prólogo de la poesía reunida de Juan M. González Cabezas.
Hay ciertas permanencias entre aquel libro En síntesis (1985-2005), que recogía la obra publicada hasta aquel momento, a la presentación que hoy nos reúne. El autor, por un lado. Javier la Beira, por la parte de la edición, ahora junto a Antonio Herráiz. Y último, quien les habla, aunque estoy aquí como central distribuidor, según me han indicado.
Desde que se presentó En síntesis (lo tengo un tanto borroso, pero debió ser por 2006), que tenga constancia, Juan no ha vuelto a publicar un texto completo como esta Canción de amor.
Si hubiera esperado un par de años más, podríamos haber jugado con la efeméride de los 20 años desde la presentación de su obra reunida. Pero la vida, como la poesía, está llena de momentos inesperados y toma sus caminos, y la ocasión se ha presentado ahora, y aquí estamos.
Cuando leí el nuevo libro de Juan pensé en dos o tres cuestiones que nos vienen a todos los que nos dedicamos al oficio de la poesía. Por un lado, qué es esto de lo que hablamos, qué es la poesía.
Para mí la poesía es un concepto que bastante claro y concreto en su diversidad, y que tiene que ver con una serie de elementos bastante sencillos, que son comunes entre los poetas y que, por ende, comparto con Juan.
Lo primero que siempre me pregunto es dónde viene la poesía, cómo surge. La poesía, como fruto de la inspiración, surge sin duda en un momento del todo inesperado. Hay técnicas para que esta fluya y es fundamental tener el pensamiento dirigido hacia el acto de escribir un poema, un acto que consiste y tiene mucho de hacer presente el poema, materializarlo en palabras.
Es un territorio el de la inspiración difícil de localizar en los mapas de la creación. Leonard Cohen nos dice que el territorio en el que nace la poesía es un territorio al que cuesta trabajo acceder y que una vez que se está allí no queremos abandonarlo. Esa dificultad por acceder a la inspiración es por su propia naturaleza que tiene algo de isla de San Borondón, que tan pronto está como no está, y que llega y se halla en los momentos y de las formas más insospechadas.
La inspiración es de radical importancia para los que no somos escritores esencialmente cerebrales, pues la poesía, para nosotros, tiene mucho de atrapamiento, de enajenación y de profecía. Lo que se ha denominado rapto, en el misticismo y en algunas culturas orientales.
Entre las múltiples lecturas que podemos realizar de los mitos, el rapto de Europa representa el de la imaginación robada por los dioses. De ese rapto de los dioses o de ese ejercicio de evocación de la memoria o visión de lo que nos preocupa, que anhelamos o que deseamos, nacen estos textos que llamamos poesía.
Son los regalos que Europa recibe de Zeus: el collar de Hefesto; el autómata de bronce; la jabalina que nunca erraba y el perro que nunca soltaba su presa. ¿Qué es el collar en la poesía? El adorno. ¿Y el autómata? El artificio. La jabalina, la precisión y el perro de presa, el instinto del poeta.
No se asusten y permitan que prosiga esta digresión, dejen que nos lleve a considerar otros elementos básicos que debe tener la buena poesía. Por un lado, la libertad y, por otro, el pensamiento profundo. La libertad es un concepto sencillo, pero lleno de limitaciones. La libertad a la que aludo en la escritura de la poesía es plenamente intelectual.
En la poesía, desde el fogonazo de la inspiración, su primera concepción y plasmación en papel, su reposo y su servicio de entrega al lector, la libertad debe guiar cada uno de sus pasos. No hay límite, prohibición, tema vedado o forma que no sea susceptible de formar parte del engranaje del poema. Y pensamiento profundo, porque sin el camino de la abstracción que subyace en el ejercicio del poeta, en su condición de pensador a la par que creador, sin el ejercicio de análisis y comprensión de la propia producción artística realizada, el ejercicio de la poesía no es posible.
¿Cómo la poesía se hace poema? Esa es otra pregunta importante, y a la que deberíamos de tratar de una respuesta sencilla. En mi opinión, la forma en que la poesía accede al poema es mediante la emoción y la memoria del poeta, y esto lo consigue a través de la imaginación y la creatividad.
Y en la poesía, como en la vida, también hace falta cierta dosis de sentido común. Y como en la vida, la poesía también tiene que a veces romper la barrera del sentido común para volver a conformarse.
Perdonen que me extienda, pero es importante que hablemos del fundamento de la poesía, porque de esta manera podremos apreciar mejor la labor de Juan González Cabezas en este libro.
Para que la poesía sea poesía debe tener adicionalmente un conocimiento del canon, aunque sea para destruirlo y construir uno nuevo.
A Juan, conocimiento de la tradición no le falta. Hay rasgos que se mantienen en su lírica y que reflejan la inmersión en las corrientes arcanas de la poesía, las que conforman el río de la tradición personal de González Cabezas, cuya escritura bebe de múltiples fuentes, desde los clásicos griegos a los grandes poetas españoles del Renacimiento y del Barroco, nutriéndose asimismo de los parnasianos y simbolistas franceses, o ahondando en los grandes creadores plásticos de los siglos XVI y XVII.
Del vasto conocimiento de la tradición que alberga Juan obtenemos dos conclusiones: es preciso que el poeta tenga conocimiento y es preciso tomar conciencia de la propia labor que se realiza.
Es una labor, la del poeta, que tiene mucho que ver con la figura del forajido. El forajido y poeta están en los márgenes de la sociedad, aunque como dice Bob Dylan, los verdaderos forajidos, los ladrones de verdad, los asesinos, son otros.
Traigo a colación este tema porque no me resisto a no citar a Bob Dylan esta tarde, ya que su prosa, cuando reflexiona sobre la función que cumplen determinadas profesiones en el mundo encuentra insospechados puntos en común con las reflexiones de Leonard Cohen. Y también quiero recordar a Mircea Cartarescu esta tarde, puesto que para él la poesía, además, tiene un carácter marcadamente subversivo.
Hay una buena dosis de idealismo subversivo en su ejercicio, se realice éste mejor o peor. El poeta es un verdadero elemento disidente en un mundo que se descompone. Me imagino a Juan ejerciendo la medicina, recetando una buena dosis de Rimbaud a sus pacientes aquejados de melancolía:
“Abandone sus miedos, salga a la calle, conquiste África. Déjese de recaptación de serotonina. ¡Viva!, ¡Viva! ¡Calle!, ¡Calle! ¡Usted lo que necesita es la puta calle!”.
Podríamos decir, si seguimos con esta pequeña lección de poesía que nos ofrece la obra de Juan, que esta es también conocimiento aprehendido, construida sobre voz propia. Este gusto por lo clásico lo advertimos desde Viridiarium. Construcciones clásicas, formalismo retórico con gusto paródico, deconstrucción de la realidad por la torsión extrema de la metáfora, en medio de una sencillez formal engañosa. Ahora que he tenido oportunidad de releer algunos poemas, he pensado si no hay algo del mester de clerecía aflorando entre los versos.
Amor en Penibética también conformó otro vector característico de la lírica de JMGC que, en Canción de amor a Francisco Cabezas escrita por sus diecinueve sobrinos, es omnipresente: los motivos tomados de la naturaleza, elementos que construyen la realidad a la que alude el poema. Pero es de subrayar que se trata de una fijación por la naturaleza viva, por esos animales que dotan al paisaje de calidez y movilidad.
Otro rasgo destacable en JMGC, que potencia la capacidad de evocación de esta poesía, es la fascinación por ambientes lejanos y exóticos, lo cual revela una voluntad de huida frente a la monotonía de la vida cotidiana. Lo encontramos en “Jardín botánico de Assuan”, de Amor en Penibética y en Los poemas Médicos. Es, podemos afirmarlo, sin sentir rubor, una deuda adquirida con D. Ramón del Valle Inclán.
Estancias nos ofreció una escritura aún más depurada, textos breves de notable intensidad en las que el motivo temático de la muerte y su asimilación al cuerpo y la naturaleza, la reflexión en torno al sentimiento de pérdida y los homenajes desembocan en “Cañada de los gamonales”, composición escrita con posterioridad a Los poemas médicos, pero emparentada temáticamente con Estancias.
En Los poemas médicos, cuyo título ejemplifica el aprecio del autor por la cultura oriental, a la vez que constituye un guiño inteligente a su profesión, surge una variación estilística: el acercamiento a la cultura popular, próxima al universo del flamenco, manifestada en el uso intencionado de la rima y de estructuras gramaticales sencillas.
El Bazar de los ángeles, una serie ya aparecida en la antología creciente Siete samuráis (Granada, Diente de Oro, 2004 y 2005), se compone de cinco textos (el último, “Muerte en los bazares”, de gran extensión). En su conjunto es un modelo de precisión musical y rítmica en el que, a raíz del dolor físico, la memoria del amor se posa en la inmediatez de lo doméstico.
En síntesis concluía con el Libro de las ideas, poemario inacabado por aquel entonces, en el que el lenguaje poético de JMGC se despojaba de su riqueza de imágenes característica para volverse austero.
Estos días he hablado con Juan del trabajo en proceso en el que está inmerso, El libro de Isabel. Me habla de los miles de poemas que tiene publicados en las redes sociales. Y así, sin quererlo, nos muestra una característica más del poeta y de la poesía: la viveza, la capacidad de innovar o, como diría Pound, la dedicación a un trabajo que no nos deja descansar.
Juan Manuel González Cabezas, lección de poesía.